La posesión, un impulso que nos afecta a todos

Por Jordi Jiménez

Hoy vamos a hablar de un súper-tema de lo más importante para comprender cómo funciona nuestra conciencia y para comprender las raíces de nuestros conflictos. La posesión.

Las tensiones (de las que ya hemos hablado en anteriores artículos) tienen que ver, básicamente, con deseos o expectativas de algo que se espera obtener o bien con temores que esperamos no se cumplan. Por ejemplo, pongamos que quiero obtener algo que aún no tengo, puede ser un objeto, una situación o una persona. Mientras estoy tratando de obtener ese algo se genera una tensión de búsqueda normal y proporcional a ese logro.

En el momento en que se alcanza ese objeto buscado, la tensión desaparece. Si ese “objeto” logrado tiene mucho valor para mí, en el momento de obtenerlo aparece el temor a perderlo, por lo que se genera otra tensión, en este caso de pérdida. En ambos casos la intensidad de esas tensiones será proporcional al valor o importancia que otorgue al objeto en cuestión. 

Cuando hablamos de “objeto” nos referimos a un objeto-mental

 Una persona para la conciencia se representa como objeto mental, un lugar también es un objeto mental, una situación, un trabajo, e incluso algo tan intangible como el prestigio, la justicia o el silencio son para nuestra conciencia objetos mentales susceptibles de ser deseados, de ser obtenidos, y también de ser perdidos.

Tomemos como ejemplo a una persona querida con la que deseo estar, con la que quiero tener una relación, compartir toda mi vida con ella o incluso formar una familia y envejecer juntos en armonía y amor eternos. Bueno, podemos decirlo o sentirlo de muchas maneras, a cuál más bonita, pero de fondo hay una tensión por “obtener” la presencia física de esa persona y por obtener todas esas imágenes de futuro para mí idílicas asociadas a él/ella. Noto la tensión por lograr todo eso, no sólo a la persona, sino a todo lo que ello puede conllevar. Si todo sale bien, a medida que establezco y consolido esa relación va desapareciendo la tensión por obtenerla, porque obviamente siento que ya la «tengo».

En todo caso sigue en marcha la tensión por obtener todo lo otro que viene asociado a esa relación (familia, vida, futuro…). Sin embargo, aparece una nueva tensión que antes no estaba y es la del temor a la pérdida de esa relación y de todo lo que conlleva, el temor a la pérdida de ese “objeto” con todos sus accesorios, que ahora ya forma parte de mi mundo interno y externo, por lo que siento que “lo tengo”. Y si lo tengo, lo puedo perder, por lo que aparece el temor.

Las relaciones de pareja están repletas de discursos posesivos

 «Yo soy tuyo», «tú eres mío/a», «me perteneces», «eres mi vida», etc., etc. La narrativa de la posesión en el supuesto amor al otro/a es interminable. Digo «supuesto amor» porque en el fondo lo que se busca es «tener» al otro/a, poseerlo, y el amor verdadero si tiene algo es que es desprendido. Pero de eso hablaremos en otra ocasión.

Ocurre lo mismo con un trabajo que necesito obtener para subsistir y que en cuanto lo tengo temo perder, con todo lo que ello supone para mi supervivencia. ¿Y qué me decís del prestigio? Cuánta energía, es decir, cuánta tensión se emplea diariamente en obtener un prestigio social, un reconocimiento colectivo, una exclamación o un aplauso de quienes nos importan que eleve nuestra imagen, y cuánta tensión hay ante el temor a perder ese prestigio cuando se tiene. Como podéis ver se trata de un objeto intangible, algo que no está en ninguna parte, de hecho, algo casi inexistente, pero para la conciencia sigue siendo un objeto mental y además un objeto de gran deseo para ella.

Desde luego, cada persona es diferente y tiene sus preferencias, sus gustos, sus proyectos, sus objetos de deseo y sus imágenes de futuro. El objeto que para una persona tiene un valor muy alto (y, por tanto, esa persona sufre una gran tensión por él, ya sea por deseo de tenerlo o por temor a su pérdida) para otra persona puede no tener ninguna importancia, por lo que no sentirá apenas ninguna tensión por él. La intensidad de algunas tensiones no es más que el reflejo de la intensidad del deseo que hay detrás de ciertos objetos. Las ambiciones por las que algunos darían su vida son vistas como ridículas por otros. Tal es la diversidad humana y su incomprensión, fuente de tantas batallas. 

Deseos y temores que generan tensión

Podríamos seguir con multitud de ejemplos de todo tipo de objetos de deseo, muchos de ellos totalmente ilusorios. En todos los casos descubriríamos lo mismo: deseos y temores que generan tensión. Y cuando esa tensión es excesiva, cuando se pasa de ciertos límites, puede acabar generado todo tipo de violencias. El mecanismo de la posesión y las tensiones excesivas que se crean no sólo producen violencia física contra otras personas, sino también violencia psicológica, violencia sexual o de género (por deseos o temores que se quieren imponer a la pareja), violencia económica contra otros (por el deseo desmedido de riqueza), violencia racial (por el temor al diferente) o violencia moral (por imposición a otros de creencias, normas o ideas). 

Así de simple es el mecanismo de la posesión. Una tensión muy física que tiene como base el deseo y el temor, y que siempre está trabajando en la base de todos nuestros mecanismos de conciencia. Todo lo que hacemos y todo aquello con lo que nos encontramos en nuestra vida cae en el campo de la posesión. Todo lo que pasa delante de nuestras narices es automáticamente valorado y medido para ver si cumple con nuestra miríada de deseos o para ver si evita nuestros temores. Es un trabajo que hace la conciencia en todo momento y de manera automática, sin que nadie se lo pida. Y cuando ese impulso posesivo es excesivo produce todo tipo de conflictos y violencias.

¿Qué es lo que se puede hacer entonces, si es un mecanismo inevitable?

Antes de nada, comprender cómo funciona en cada uno de nosotros el mecanismo. Cuáles son nuestros mayores objetos de deseo, nuestros mayores temores y también todo aquello que para nosotros tiene menos importancia, menos tensión. Los deseos no pueden superarse porque sin ellos tampoco habría proyectos, no habría búsquedas, no habría actividad, no habría evolución, no habría dinámica…, en definitiva, no habría vida.

Pero sí podemos hacer algo: “elevar el deseo”. ¿Qué significa esto de elevar los deseos? Significa que, en lugar de confrontar o luchar contra algo inevitable como es el mecanismo del deseo (ver Los Principios de la Acción Válida) podemos aprovechar la fuerza de ese impulso y darle una nueva dirección (como en las artes marciales), es decir, que los deseos apunten a objetos y a objetivos más elevados, más interesantes.

Desear una nueva dirección, un nuevo sentido en nuestra vida que apunte hacia la coherencia y a tratar a otros como queremos ser tratados, por ejemplo; o desear un mundo más justo y más humano para todos, por ejemplo.

Ponemos la intención y el deseo en una dirección que va más allá de nosotros mismos, de nuestro mundo inmediato y que irradia hacia otros proponiendo un cambio positivo de rumbo. Al desear tales cosas sabemos que tales objetos pueden no ser logrados, pero sabemos también que recorrer ese camino en sí mismo ya es coherente al margen del resultado. De esta forma, en lugar de combatir los deseos (algo imposible) los elevamos y los ponemos a trabajar a favor de las mejores causas.

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