El papel de las imagenes mentales II

Desde la Red Humanista de Noticias de Salud REHUNO Salud ponemos en marcha un lugar de intercambio donde encontramos una nueva mirada sobre la vida cotidiana basada en una psicología experiencial y existencial (la Psicología del Nuevo Humanismo), y que da unas propuestas concretas de trabajo personal para llegar a un sentido pleno de nuestra existencia y a una vida libre de sufrimientos innecesarios. No es, por tanto, una psicología terapéutica ni que trate sobre ninguna patología, sino que va dirigida a cualquier persona que quiera comprenderse a sí misma y tener herramientas, si así lo desea, para iniciar un cambio positivo en su vida. El bienestar psicológico es sin duda una de las bases de la salud integral, por ello es un aspecto al que hay que atender.

Te invitamos a poner en práctica estas propuestas y también a que te comuniques con nosotros y nos cuentes tu experiencia. ¡Escríbenos!

Por Jordi Jiménez

En el artículo publicado anteriormente se habla del papel de las imágenes mentales en el funcionamiento de nuestra conciencia y nuestro comportamiento en el mundo. Hoy queremos ampliar un poco más este tema tan importante para nuestra salud interior en el día a día.

La ubicación espacial de la imagen

Toda representación en nuestra conciencia ya sea visual, auditiva, táctil, etc., tiene una ubicación espacial en lo que llamamos espacio de representación. La ubicación de cualquier imagen se da en la tridimensionalidad del espacio mental, de forma que cualquier cosa que visualizamos o escuchemos de forma imaginaria estará en alguna coordenada espacial (igual que ocurre con los objetos tangibles en el mundo físico). Podemos hacer el ejercicio a medida que vamos leyendo. Por ejemplo, puedo imaginar un sonido a mi derecha o un sonido a mi izquierda, como moviéndose por una coordenada X. También puedo imaginarme unas nubes arriba en el cielo o unas nubes bajas de esas que en la montaña tocan tierra y forman una niebla, moviendo así la imagen en una coordenada Y. Por último, puedo imaginar una luz lejana que se va acercando a mí y se introduce en el interior de mi cuerpo, moviéndose en una coordenada Z de profundidad. Las imágenes sonoras, las táctiles e incluso las olfativas (otro día hablaremos de las cenestésicas y kinestésicas) también se ubican en algún punto de la espacialidad con respecto a nuestro punto de observación que suele coincidir con la posición de los ojos, los oídos, la piel o la ubicación del sentido con el que imaginemos.

Si no se diese tal espacialidad en las representaciones no podríamos, por ejemplo, escribir un texto con el teclado del ordenador sin mirar las teclas. Si puedo escribir sin mirar al teclado es porque he guardado en memoria la ubicación espacial de cada tecla y mis dedos van hacia esas ubicaciones espaciales guiados por la imagen interna, por la representación. El movimiento físico de los dedos está guiado por la representación, no sólo por la percepción. Y aquí viene algo importante: esto mismo ocurre con todo lo que hago. Todas mis acciones en la vida cotidiana están guiadas por las imágenes internas. Simplemente ocurre que cuando estoy despierto y con los ojos abiertos la representación y la percepción coinciden exactamente. Por eso puedo coger un objeto delante mío con toda precisión si lo percibo con los ojos abiertos, pero si cierro los ojos y trato de agarrarlo después de un rato de tenerlos cerrados, ya no coincide exactamente mi imagen con el objeto y puede que no acierte exactamente con la posición del objeto. La imagen interna, sin la ayuda de la percepción, se mueve ligeramente, no es sólida, no es fija, es más voluble. Y ya dijimos que esta plasticidad de la imagen mental es la que da pie a la creatividad y también a las ilusiones.

No es posible que haya representación mental sin que tal representación esté emplazada en algún lugar. Por tanto, tal espacialidad de la imagen también se da si trato de imaginar algo en el interior de mi propio cuerpo. Puedo imaginar, por ejemplo, que una luz cálida y suave se aloja en mi cabeza, en mi corazón o bien que se expande por todo mi cuerpo llenándolo en su tridimensionalidad. Desde el punto de vista de la experiencia, no será lo mismo imaginar una luz afuera de mí, arriba en el cielo, por ejemplo, que imaginar esa misma luz dentro de mí. Los registros internos que producirá una y otra imagen serán muy diferentes, y esto es de gran importancia en los ejercicios que hagamos con las imágenes… bueno, siempre y cuando esa imagen tenga “carga emocional”.

(Imagen:0fjd125gk87)

La carga emocional de las imágenes

Las representaciones mentales no se producen de forma aislada en el psiquismo, están totalmente interrelacionadas con el resto de los fenómenos internos. Algo que podemos observar fácilmente es que cualquier imagen representada está asociada a una emoción u otra. Seguramente no sentimos la misma emoción si nos imaginamos en un lugar oscuro, frío y húmedo que si nos imaginamos un lugar luminoso, abierto y suave. En este caso es muy probable que la mayoría de nosotros tengamos emociones parecidas ante cada una de estas imágenes, pero en otros casos las emociones asociadas a la imagen serán muy subjetivas y diferentes en función de los gustos o ideales de cada uno. Esto se puede comprobar en temas como los equipos deportivos o las afiliaciones políticas. Sólo imaginar los colores afines y los colores contrarios, se pueden despertar emociones de lo más intensas y de sentido opuesto según el «color» de quien imagina.

Este tema de la carga emocional es importante porque si uno imagina cualquier cosa y no registra ningún tipo de emoción asociada a esa imagen, tal representación va a producir pocos o ningún efecto en el resto del cuerpo. Por eso, en el anterior artículo hablábamos de «sentir la imagen con todo el cuerpo». Se trata de visualizar sintiendo lo que se visualiza, o de imaginar un sonido sintiendo el sonido, o el tacto o el olor, en función del tipo de representación que estemos usando. Esto es de especial importancia en los trabajos de meditación simple o de meditaciones dinámicas. En muchas ocasiones quienes realizan estas prácticas no tienen en cuenta la carga emocional, la carga afectiva de la imagen y, de esta manera, no encuentran efectos significativos en ellas.

Veamos un ejemplo habitual de meditación dinámica. Imagino una esfera de luz cálida e intensa que se introduce en mi cuerpo. Al llegar a la altura del corazón imagino que se expande lentamente hasta llenar de luz y calidez todo mi interior. Entonces imagino que esa luz se expande más allá de mi cuerpo y comienza a irradiar alrededor mío. Al cabo de un tiempo imagino que la luz se contrae de nuevo hasta volver a la esfera inicial alojada en mi pecho.

Este tipo de meditación se puede hacer de muchas maneras. Puedo visualizarla como si estuviera haciendo un trabajo técnico, sentado correctamente, respirando correctamente y estando correctamente relajado y sereno. Todo perfecto, pero… no funcionará. No me ocurrirá nada por dentro. En todo caso, habré conseguido relajarme un rato, y eso estará bien, pero la imagen no habrá producido nada porque no se ha sentido el tono afectivo. Sin embargo, si consigo sentir la carga emocional de una luz que me llena por dentro de vida e irradia desde mí iluminando al mundo que me rodea con esa energía, conectando con esa fuente de vida que está en todos los seres y… bueno…, esto es otra cosa. Es decir, se requiere una especie de actitud poética, afectiva, mientras se realiza la experiencia. Una disposición poética es una forma aproximada de decirlo y cada uno tendrá que encontrar el tono emocional adecuado para despertar esas cargas emocionales que pueden acompañar a las imágenes.

Descubrir y jugar con nuestras capacidades internas, con nuestras posibilidades y también con nuestras dificultades a la hora de proponerse estos retos, es algo de lo más estimulante y lleno de sentido. Esperemos que os resulte útil y ya sabéis que nos gustaría recibir algún feedback de vuestras experiencias.

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